“El rol de la clase obrera no es participar como socio menor en las esferas de poder de la oligarquía, sino impulsar las transformaciones revolucionarias que cambien en profundidad este sistema de opresión, explotación y miseria. El papel de la clase obrera debe ser vanguardia organizada y combativa de los demás sectores populares para lograr la liberación social y nacional de los argentinos”.
Palabras de un luchador. Palabras de un dirigente sindical insobornablemente leal a la clase, portador de una historia que resiste todos los archivos: Agustín Tosco.
En los actos solía saludar con el puño cerrado en una mano y la “v” de la victoria en la otra. Creía que el capitalismo no puede "humanizarse” y que sólo desde la unidad de clase, con los trabajadores a la cabeza de un proyecto de liberación continental, es posible la realización de la justicia social. Aprendió qué es “el socialismo” leyendo a la luz de una vela en una casa de piso de tierra en Coronel Moldes, un pueblo del sur cordobés. Estuvo preso, murió perseguido, lo enterraron en medio de un tiroteo. El “Gringo” Tosco estaba convencido que algunos muertos caen para seguir andando como banderas camino a la victoria.
Nació en su propia casa de las afueras de Coronel Moldes. Es el año 1930, en su familia solo se hablaba piamontés por lo que tarda en relacionarse con otros chicos. Pasa el día ayudando en las tareas de la quinta. No hay luz, el piso es de tierra, sin embargo en la casa hay una pequeña pero bien provista biblioteca que es de su padre que fue maestro. Las manos toscas, lastimadas de trabajar la tierra van abriendo página tras página un nuevo mundo.
Desde entonces, como el Che, el “Gringo” jamás deja sus libros y su máquina de escribir portátil. Va con ellos debajo del brazo, aún escapando de casa en casa, con los verdugos pisándole los talones en la clandestinidad.
Cursó la escuela secundaria en Presidente Roca, y ya era una dirigente en potencia cundo se recibió. Las autoridades del establecimiento nunca se perdonaron proponerle que hablara en la ocasión en nombre de los egresados. Tosco criticó durante el funcionamiento escolar y dijo que se negaba a recibir el diploma de manos del director. Una tremenda ovación de sus compañeros hizo imposible cualquier intento de disciplinamiento.
Ya trabaja en EPEC, la compañía de energía de Córdoba, como ayudante electricista cuando se inscribió en la Universidad Tecnológica. Después del servicio militar decidió dejar los estudios para dedicarse de lleno a la militancia sindical. Sus compañeros lo recuerdan “como un tipo algo melancólico que escribía poemas tristes”. Ese Tosco se terminó cuando lo eligieron delegado ya que “la lucha alegra, da sentido a la vida, no da tiempo a la tristeza”.
De origen peronista, Tosco termina definiéndose como marxista independiente. Si bien participó de actos del Frente Antiimperialista al Socialismo (FAS), no aceptó la candidatura a presidente por esa alianza que le ofreció Roberto Santucho en nombre del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
El dirigente de Luz y Fuerza Córdoba temía que su postulación dividiera a los trabajadores. En un famoso y recordado debate televisivo con el ex secretario general de la CGT, José Rucci, que lo acusó de “gorila”, Tosco respondió: ”Hay sugestivos motivos para dividir al país entre peronistas y antiperonistas. Nosotros pensamos que la división que debe hacerse no es ésa, sino entre quienes están consecuentemente con la lucha del pueblo y quienes están con la entrega”.
Ni por un segundo Tosco deja de marcar a fuego a lo que denominaba la burocracia sindical. “Rucci y su gente son prisioneros por sus compromisos con los detentadores del poder, presos de la custodia que les presta el aparato policial, presos en una cárcel de la que jamás van a salir: la de la claudicación, la indignidad y el participacionismo”.
Es un lugar común decir que no hay personalidad que resista un archivo. Tosco podría resistirlos todos. Ni siquiera los militares o las bandas fascistas del gobierno de Isabel Martínez, cuando allanaban el sindicato, tenían las esperanza de encontrar las pruebas de algún hecho de corrupción en que implicarlo. Hasta sus peores enemigos aceptaban su decencia. Para Tosco la práctica revolucionaria es inseparable de una celosa coherencia entre el discurso y la acción.
Periódicamente volvía a su puesto de trabajo en EPEC, y atendía las cuestiones del gremio de mameluco, en la sala de máquinas. Tosco junto al peronista a Atilio López y Elpidio Torres de la Confederación General del Trabajo de Córdoba, fue uno de los máximos referentes del Cordobazo, la revuelta popular que significó el principio del fin para la dictadura de Juan Carlos Onganía. El líder sindical que fue detenido y condenado a 8 años de cárcel por un Consejo de Guerra, convierte a la prisión en un altavoz desde donde habla a los trabajadores, los subleva, hace crecer la resistencia. Para aislarlo lo mandan a Rawson. Allí estaba cuando se produce la fuga de un grupo de presos políticos del penal y la posterior “Masacre de Trelew”.
Pasa a la clandestinidad, la muerte le sigue los pasos
Tosco no muestra demasiadas esperanzas en el gobierno peronista que llega después de la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse, especialmente después de que Juan Perón borra de su léxico toda referencia a la palabra socialismo. Sostiene que la voracidad del capitalismo en su etapa imperialista, sus empresas multinacionales, jamás permitirán un reparto de la riqueza más equitativo, ya que es en la mecánica misma del sistema, aumentar su ganancia, aún al costo de la mayor de las violencias.
Poco antes de la muerte de Perón se inicia el terrorismo parapolicial de la Triple A que, como a tantos otros dirigentes del campo popular, lo condenó a muerte. En febrero de 1974 se produce un golpe policial –el “Navarrazo”- que derriba al gobierno provincial democráticamente electo. Ricardo Obregón Cano y Atilio López, ambos peronistas revolucionarios son depuestos de su cargo. El último es asesinado poco después. Intervienen al Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. Tosco pasa a la clandestinidad, la muerte le sigue los pasos.
Va de casa en casa perseguido por sus verdugos. Trata de caracterizarse pero fracasa. A pesar del peluquín con el que intenta caracterizarse, la gente lo saluda con cariño en la calle. El stress es enorme. Le duele la cabeza. Se desmaya seguido. Tosco no escucha al cuerpo, sigue, habla con los compañeros, trata de organizar. Trata de no atender a la enfermedad. Pese a esa tremenda voluntad la fiebre lo doblega, y se ve obligado a guardar reposo. Lo traen a Buenos Aires y creen detectarle septicemia. Nunca queda en claro de que muere ya que en el sanatorio donde lo tratan clandestinamente no queda historia clínica.
El secretario general de Luz y Fuerza de Córdoba muere en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1975. Para velarlo en Córdoba se altera la fecha y el lugar de la muerte. Oficialmente, el dirigente deja de existir en la ciudad mediterránea el 5 de noviembre. Lo han llevado hasta allí en una ambulancia, sentado en el lugar del acompañante para que no lo descubra la policía.
El 6 de noviembre de 1975, Tosco es velado en el club Redes Cordobesas. A las 17.30 una multitud se ordena para acompañar el cuerpo hasta el cementerio de San Jerónimo. Un helicóptero sobrevuela la columna. Desde un Fiat 600 blanco comienzan a disparar contra la columna.
La gente corre temiendo una masacre. En esos días, aparecían nuevos ajusticiados por las bandas parapoliciales del gobierno de Isabel Perón y López Rega. Así recibió sepultura uno de los máximos líderes obreros que tuvo el país. En medio de una batalla campal, en una tumba donde ni siquiera está su nombre.
Carlos Saglul (ACTA