Patxi Igandekoa.- Hegel tenía razón cuando dijo que los acontecimientos de la Historia se producen dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. La guerra de Irak, con el tremendo recuerdo de las Torres Gemelas humeando antes de la caída, la patética incapacidad de la ONU, el mito de las armas de destrucción masiva, la entrada triunfal en Bagdad y toda la destrucción y muerte que siguieron fue la tragedia. La guerra de Gadafi, con sus agendas ocultas, su mercachifleo electoral francés, su hipocresía progresista y la banalidad de un enemigo que viste como Elton John y a quien hace poco permitían plantar sus jaimas en los parques públicos de Europa, todo esto es ahora la farsa. Una bufonada por ende incomprensible para un público que se ve inmersa en ella de sopetón un sábado por la tarde, cuando al encender la televisión en busca de noticias sobre la catástrofe japonesa se encuentra con imágenes de fragatas lanzando missiles y aviones repostando en vuelo. ¿Qué se le ha perdido a España en esta guerra? ¿Es que no tiene ya bastante con la peor crisis económica de su historia reciente y otros problemas?
Sobre las motivaciones solo podemos hacer conjeturas. Sabemos tanto como nos han contado, lo de salvar a la población civil de la masacre, cumplir mandatos de Naciones Unidas y todo lo demás. No conocemos, o al menos no se habla de ello en voz alta, de las ambiciones electorales de un Sarkozy al que las encuestas están defenestrando del poder con una progresividad tan implacable como la fusión gradual del reactor 3 de Fukushima. Tampoco conocemos los intereses económicos que ligan a la economía española con la francesa, y que son la causa de este alineamiento automático con París, que no ha dado ni tiempo a la Ministra de Defensa para elegir un vestido antes de arengar a la tropa que parte en dirección al Africa.
Pero es que los objetivos de la guerra también son vidriosos. Vale con aquello de que es necesario estabilizar el flanco sur de la Unión Europea. Pero, ¿qué hay de Gadafi? ¿Se va o se queda? Lo más probable -que conste que esto es solo una modesta opinión del que suscribe, no avalada por pruebas de ningún tipo- es lo segundo. No hay otra forma de contener una avalancha de revueltas populares que por uno de sus extremos compromete al rey de Marruecos, y por el otro a los dirigentes de Arabia Saudí, Irán e incluso al gobierno de la China Comunista.
Esta guerra habría que ponerla en el contexto de una oleada de conflictos sociales que se extiende desde Marruecos hasta China. A los pueblos ya no les basta con ser gobernados por tiranos benevolentes que reparten los frutos del desarrollo económico como mejor les conviene. Sin saberlo, quieren hacer suya la visión del triunfo universal de la democracia vaticinado hace casi ciento ochenta años por Alexis de Tocqueville. También aquel paisano estaba en lo cierto lo suyo, ¿no les parece? Y de fondo, Internet como catalizador histórico y agente coordinador de las protestas.
Decidir una intervención militar no es agradable, pero a veces no queda otra alternativa. Por tanto, sí a la guerra. Solo por esta vez, Señorías. Y que no cree precedente. Y en cuanto a tí, Muammar, muy bien: te dejamos en el poder, pero pórtate bien y deja de masacrar al pueblo. Introduce reformas democráticas. No te quejes, tienes tiempo suficiente, cinco o diez años, prorrogables si hace falta. De paso páganos las facturas que nos debes por el último suministro de tanques, quiero decir de repuestos para tanques.
Misión cumplida. Hemos abortado la guerra civil en Libia. Clamoroso triunfo de la OTAN y la diplomacia Europea, de los Campos Eliseos y sus aliados españoles. De Naciones Unidas y Washington. Geopolítica con mayúsculas, oiga. Todo parecido con ridículas guerras coloniales de antaño, la toma de Khartoum o las novelas de Joseph Conrad es meramente casual. Hay botellines de Evian para los periodistas galos, y para los españoles Peñaclara. No olviden que la rueda de prensa es a las dos.
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