Autodefensa, resistencia y poder
popular
Un artículo de Manuel Navarrete.
“La
juventud envejece, la inmadurez se supera, la ignorancia puede educarse y la
borrachera despejarse. Pero la estupidez dura para siempre”
(Aristófanes)
Introducción
Si se fijan, observarán en el progre
vulgaris cierta propensión a considerar idiota al enemigo de clase. Así, Bush
sería medio tonto, Franco tonto entero y Rajoy border line. Sin embargo,
teniendo en cuenta que han sido capaces de conseguir que la gente acepte que es
justo que unos vivan en la opulencia mientras otros apenas llegan a fin de mes;
que la banca, el suelo y la tierra sean privados, y que cualquiera que se rebele
contra todo ello sea encarcelado por “terrorista”, tal vez habría que considerar
que los idiotas somos más bien nosotros.
Porque no, el enemigo no es
tonto. El enemigo es inteligente y por eso los creó a ellos: a los progres
vulgaris, que te llaman sectario si te niegas a ir a una mani de la mano de los
mismos que privatizan (PSOE), firman contrarreformas laborales (CCOO y UGT) o
apoyan invasiones imperialistas o montajes policiales contra luchadores sociales
(mejor no repetir siglas… y, lo que es más, mejor no verse obligados a añadir
otras). Por suerte, nosotros tampoco somos tontos. Por eso existen experiencias
como la Corrala de Vecinos “La utopía” de Sevilla o la finca ocupada de Somonte.
Nos referiremos a ambas, pero primero establezcamos el marco de
análisis.
Del mito de la mani pacífica
Para mejorar la vida,
anhelamos una revolución anticapitalista; tal vez por eso admiramos a quienes
realmente la llevaron a cabo. De ello no se deduce que debamos imitar sus
prácticas concretas (circunscritas a unas coordenadas históricas y espaciales en
las cuales eran operativas), pero tampoco se deduce que haciendo todo lo
contrario obtendremos algo.
Entre muchas ideas brillantes de Lenin, me
parece de rabiosa actualidad una: su crítica al espontaneísmo, al culto a la
acción por la acción y sin objetivos, que, según el Qué hacer, sólo podía
conducir al “tradeunionismo”. Para Lenin, la clase obrera, sin el marco que le
ofrecía la teoría marxista, sin ligar lo particular a lo universal, sólo estaba
en condiciones de luchar por mejoras concretas de carácter sindical entendidas
como un fin en sí mismo; pero no de destruir el sistema y la opresión de
clase.
Históricamente, el gran mito de la clase obrera fue la huelga
general. Fue un mito en el sentido positivo (Sorel) pero también en el negativo.
Durante la revolución cubana, no fueron pocos los que satanizaron a la guerrilla
y lo confiaron todo a una huelga obrera en las ciudades, que, finalmente, no
supuso la caída del régimen (apenas unas ligeras cosquillas). Actualmente, la
huelga ha pasado a ser considerada, de manera absolutamente errónea, el único
método de acción de la clase obrera, a pesar de haber quedado reducida a un solo
día, legalizada, pactada, incluyendo servicios mínimos pactados también y siendo
–hasta cierto punto– conveniente para unos empresarios que así se ahorran un día
de salario, en estos tiempos de crisis.
Con todo, la huelga (y en
particular la huelga general) sirve también, y ese es su aspecto más
interesante, para que los obreros tomen conciencia de que la maquinaria depende
de ellos y de que, llegado el punto, tienen en sus manos detenerla. Pero la
izquierda sigue degenerando sin fin, y estamos llegando a un punto en el cual el
nuevo método principal de lucha, al cual hay que sacrificar todo lo demás, es,
simplemente, la manifestación (pacífica, faltaba más). Y, para colmo, no un
estilo cualquiera de manifestación, sino la manifestación folklórica entendida
como mero paseo y, además, divertida, fiestera, jovial e inspirada más en
Carlinhos Brown (o incluso en Fofito y otros miembros de la familia Aragón) que
en el movimiento obrero tradicional. Tal vez convencida por ese famoso progre
del 68, y actual europarlamentario que apoyó la Constitucional neoliberal
Europea, de que lo más revolucionario es “no tomarnos en serio a nosotros
mismos”, aunque sea a costa de que la clase obrera tampoco nos tome en serio (y
con razón).
El razonamiento, ingenuo hasta la ternura, es el siguiente:
si el gobierno ve muchas manifestaciones, cobrará conciencia de que el pueblo no
está de acuerdo con sus medidas y dará marcha atrás en sus planes. Esto se basa
en presuponer no solamente que el gobierno sirve a la mayoría y no a los
banqueros, sino en presuponer (revolucionando de paso no la sociedad, pero sí la
ciencia matemática) que una “mayoría” de 20 mil manifestantes es superior a una
mayoría de 10 millones de votantes.
Sin embargo, una vez más, hay que
decir que las manifestaciones no son inútiles, siempre que sean comprendidas
correctamente. Una manifestación es una demostración de fuerza. El problema,
naturalmente, es que esa demostración de fuerza ha de estar orientada a la
consecución de un objetivo, y no ser un fin en sí misma. Y aquí es donde
empiezan las dificultades.
De obsesiones freudianas por el
tamaño
El progre
vulgaris opina que el objetivo supremo es que a las manifestaciones acuda el
mayor número de gente posible. Ya se sabe: si, en vez de 5 mil, hay 20 mil
personas, es más probable que el gobierno dé marcha atrás. Por tanto, el
discurso debe ser rebajado para que sea aceptable por un número mayor de
personas. Y, por supuesto, esto no es más que un mediocre eufemismo para
expresar que el discurso debe ser aceptable para el PSOE. Así, la mani será más
grande, porque el tamaño, diga lo que diga el Kamasutra, es lo único que
importa. Si moderamos este párrafo o suavizamos aquel cántico, tal vez hasta nos
saquen en el diario (ahora web) Público, tan admirado por Pepe Gutiérrez. Como
se ve, la jugada es maestra.
Y es que, como dijimos, el sistema es
inteligente, no estúpido. Por eso ha inventado el bipartidismo. Y por eso el
PSOE y el PP no son iguales (aunque sean la misma mierda), de igual modo que en
un interrogatorio el poli bueno y el poli malo no son iguales. Para que el
bipartidismo (o el interrogatorio) funcione, hace falta que uno de los dos
partidos sea un poco mejor que el otro (aunque, eso sí, compartiendo los
consensos básicos en todas las cuestiones estratégicas).
Así, el progre
vulgaris (que también tiene un importante papel en este teatro) podrá desempeñar
su función. Su función es acusar de sectario, utópico y marginal a todo aquel
que no desee venderse al poli bueno (el PSOE) y alimentar el bipartidismo. Por
supuesto, a pesar de su obvia incapacidad estratégica, te acusará a ti (con la
mayor prepotencia) de no ser táctico, de no comprender el proceso, de no ser
realista (aunque su táctica, en los últimos 30 años, sólo haya desembocado en
perder y perder más derechos en una derrota sin fin). Evidentemente, el progre
vulgaris todavía no ha comprendido el ciclo político inexorable y estructural
que representa la alternancia bipartidista en el Estado español, por el cual,
cuando el PSOE está en la oposición, copa las manifestaciones anticapitalistas
(con el permiso de los “antisectarios”) y capitaliza sus resultados, con el fin
de volver al poder y continuar haciendo las mismas políticas que el PP.
A
estas alturas, resulta increíble que no se haya comprendido esto. Sólo así puede
interpretarse el eco suscitado por la última pantomima de CC OO y UGT: la
“Cumbre Social”. Por fin unidad “contra la derecha”, celebra el progre vulgaris.
Por supuesto, los manifiestos de las plataformas en defensa de los servicios
públicos, antecedentes directos de esta Cumbre Social, centran su crítica en el
PP, y ni siquiera mencionan al PSOE (ni su reforma constitucional exprés para
blindar el objetivo del déficit presupuestario, obedeciendo a la Führer Merkel),
ni el euro, ni la UE, ni la deuda, ni las privatizaciones.
Un
espectacular ejercicio de manipulación de las conciencias y de amnesia
selectiva, haciendo escasos meses desde los brutales recortes de Zapatero en
materia de salarios, pensiones, reforma laboral, reforma constitucional y un
largo etcétera. Pero nada extraño en CC OO, sindicato amarillo del cual nadie ha
sabido explicarme todavía la diferencia con respecto a la UGT. Pondré un
ejemplo: hace poco, en una huelga organizada por la Unión Local de Sevilla del
SAT, se nos acercó un dirigente de CC OO, exponiéndonos, con burócratico
paternalismo, su disconformidad con la acción, ya que él entendía el
sindicalismo de otra manera, negociando y dejando la huelga “como última
opción”. Y, desde luego, esto último era dramáticamente cierto: la empresa
llevaba 7 meses sin pagar a sus trabajadores. Que cada cual extraiga sus propias
conclusiones.
Del sectarismo antisectario
Pero volvamos al nudo
del debate. ¿Debe la izquierda ir a las manifestaciones con el PSOE, para ser
más? Depende. Si se desea que el PSOE retorne al gobierno para proseguir con la
obra tijeretesca del PP, reforzando la falsa conciencia de la clase obrera que
cree que el PSOE es “su partido” y su representante, entonces sí. Pero si se
persigue hacer saltar esa falsa conciencia en mil pedazos y dinamitar el
sistema, no.
Ser más, ¿para qué? ¿En qué dirección? ¿Con qué objetivos?
¿Con qué reivindicaciones? ¿Con qué discurso? ¿Ser más para facilitar el regreso
del PSOE? Es más: ¿ser más sirve de algo? Hoy en día, ya hay más gente en las
calles del Estado español de las que hubo en Rusia en octubre de 1917. Lo que
nos falta es otra cosa: poder popular.
Pero insistamos de nuevo, para los
que se empeñen en malentender: las manifestaciones son necesarias. Son
demostraciones de fuerza. Y no deben hacerse para que vayan solo los comunistas.
Pero, en cambio, sí debemos negarnos, y en esto ser inflexibles, a que de
nuestras manifestaciones se aproveche el PSOE. ¿La manera de hacerlo? Denunciar
su total complicidad política en los recortes que denunciamos. Y, luego, si
algún sociata quiere ir a título individual con su chaqueta de pana con coderas,
que vaya; pero bajo ese discurso. Sólo así lograremos acabar con el
bipartidismo, romper el ciclo bipartidista y que la clase obrera deje de confiar
en el PSOE y pase a confiar en sus propias fuerzas.
Sin embargo, no es
esto lo que la izquierda autodestructiva, institucionalista y vulgaris persigue.
Lo que persigue es que nos suicidemos todos. Un ejemplo: como profesor interino,
la Junta de Andalucía (PSOE-IU) me acaba de bajar un 10% el salario. Sin
embargo, ahora me piden que vaya a una mani contra los recortes con ellos, es
decir, con los que me han recortado, con el PSOE (y con IU… aunque este asunto
lo dejaremos para otro día). Y si me niego… ¡soy un sectario! Hay que
reconocerlo: es genial. Así que, en una mani para protestar porque me bajen el
salario, debo compartir pancarta y manifestación con los que me han bajado el
salario. Esa es la lógica ilógica del progre vulgaris.
De teoría marxista
del Estado
Por supuesto, no podía faltar en esta fiesta el guerrero
enmascarado Marat, quien, en su afán por criticar al 15 M, está dispuesto
incluso a criticar sus mejores aspectos, como ese grito que en las manis nos
recuerda con razón que “PSOE, PP la misma mierda es”. Marat está muy preocupado
por aquella expresión que tachaba de “socialfascistas” a los que apoyaron la I
Guerra Mundial y asesinaron a Rosa Luxemburgo. Le parece más interesante
Trotsky, quien, tras su “giro francés” de 1934, llamó a sus partidarios a
abandonar los partidos comunistas de la III Internacional y afiliarse a los
partidos socialdemócratas de la II.
Pero no hemos venido aquí a hablar de
historia, ni a reanudar debates estériles. La batalla está en la actualidad, y
la verdadera brecha es hoy día la que divide a los reformistas de los
revolucionarios. Decía Lenin que el problema fundamental del marxismo es el
problema del poder, y decía Mao que el poder nace del fusil (aunque no
únicamente del fusil, sino también del consenso, añadiría Gramsci). Con todo,
debemos aceptar que estamos en una etapa de reflujo del movimiento de masas y,
por ahora, no es posible aún entrar en esa fase. Sí debemos, sin embargo,
conectar con las masas e iniciar un proceso de acumulación de fuerzas
revolucionarias (para lo cual es también necesario restar fuerzas
reformistas).
Vayamos por partes. ¿Cómo conectar con las masas? ¿Con
grandes discursos? No. Con trabajo de base, arrimando el hombro, colaborando en
proyectos reales y construyendo poder popular. Llamamos poder popular a
instancias de participación, producción y autodefensa generadas al margen (y
contra) los cauces institucionales del Estado burgués. Obviamente, el objetivo
es que ese poder popular (inicialmente débil) vaya creciendo y acumulándose
hasta alcanzar una situación de doble poder para, finalmente, acabar derrocando
el poder del Estado y estableciendo un nuevo poder hegemónico
revolucionario.
Un claro ejemplo de poder popular fue el establecido por
el Partido de los Panteras Negras en los EE UU. Este partido maoísta controlaba
los barrios negros, atendía a las necesidades básicas del pueblo (lo que luego
se ha llamado “asistencialismo socialista”) y reivindicaba su derecho a la
autodefensa, a portar armas y a vigilar a la policía. Recientemente, en
Andalucía han sido resucitadas algunas de sus ideas, bajo el nombre de “Socorro
Rojo Solidario”, ayudando, mediante aportaciones voluntarias, a las víctimas de
la crisis capitalista a poder salir adelante. Aún pervive en el recuerdo del
humilde barrio de Los Pajaritos aquella vez que los GRAPO secuestraron un camión
de jamones, abrieron las puertas y repartieron toda su carga entre las gentes
del barrio.
Sin embargo, la noción del poder popular no está demasiado
extendida entre la izquierda del Estado español, de carácter obsesivamente
institucional. Un ejemplo: hace poco, Cayo Lara declaró que no se debía haber
matado a golpes a Gadafi como a un perro, sino que debió ser “juzgado en el
Tribunal Penal Internacional”. Lo que a Cayo Lara le molestó no fue que el
imperialismo asesinara al líder de una nación colonial, sino que no se le
doblegara siguiendo los cauces institucionales burgueses y sus tribunales
títeres. La izquierda debería aprender bastante de la actitud y de las palabras
de Vázquez Figueroa hace unos días, quien declaró que este país no tendrá
solución “hasta que se ahorque a 20 banqueros en la plaza pública”, aclarando,
inmediatamente, que no lo decía en un sentido metafórico, sino
literal.
De experiencias prácticas de poder popular
Por suerte,
recientemente han surgido nuevas experiencias de poder popular en diversos
puntos de Andalucía. Una de ellas sería la Corrala de Vecinas “La Utopía”, en el
sevillano barrio de la Macarena. Cerca de 30 familias ocuparon un edificio de
viviendas, propiedad de una inmobiliaria en proceso judicial por impago. El
ayuntamiento les ha cortado la luz y el agua en repetidas ocasiones, a pesar de
lo cual siguen resistiendo. Incluso han tenido que practicar la autodefensa en
el sentido más literal, frente a agresiones por parte de gente desesperada que,
sin vincularse de ningún modo al proyecto político, exigía “su vivienda”, aunque
no quedara ninguna libre.
Esta ocupación fue organizada por la Comisión
de Vivienda del 15M, (a pesar de que, según Marat, estén financiados por
Rockefeller) y su ejemplo ha cundido, ocupándose nuevos edificios en la ciudad
en el último mes. Por supuesto, el interés de la iniciativa radica en que está
vinculada a las luchas y a una reivindicación de vivienda para todos, y no
simplemente a salvarse ellos.
Con todo, más avanzado sería ocupar y
recuperar los medios de producción, los centros de trabajo. Algo así intentan en
la finca ocupada de Somonte, donde un grupo de jornaleros en paro ha creado una
cooperativa agraria con el fin de ganarse la vida y producir al margen del
sistema. Sin idealizar estas propuestas, porque el capitalismo sigue adelante y
no todos pueden marcharse a vivir a Somonte, sí debemos decir que constituyen
importantes ejemplos que demuestran que los obreros sí pueden vivir sin
patronos, pero no viceversa. Y no hay mejor pedagogía socialista.
Al
igual que lo sucedido con la Corrala Utopía, el ejemplo de Somonte ha cundido y
recientemente ha sido ocupada otra finca, Las Turquillas. El cooperativismo
genera espacios liberados del capital. ¿Es suficiente con ello? No. Pero negar
su carácter político estimulante es vivir de espaldas a la realidad.
De
la reinvención (sin liberados) del movimiento obrero
Como hemos dicho, la
izquierda aún no se ha decidido por la opción del poder popular al margen de (y
contra) las instituciones del régimen. Ni siquiera la izquierda más radical.
Prueba de ello es la táctica sindical de los compañeros del PCPE: promover los
llamados CUO (Comités de Unidad Obrera). En estos CUO habría trabajadores de
todos los sindicatos, incluyendo a los sindicatos institucionales del régimen:
CC OO y UGT.
Lo más chocante es que el PCPE lo venda como una adaptación
autóctona de la táctica del PAME de Grecia. En primer lugar, porque si así fuera
sería incurrir en “el calco y la copia” descontextualizada que en su tiempo
denunciara Mariátegui. Pero, sobre todo, porque, en realidad, la táctica del
PAME es justo la contraria. El PAME surge precisamente como reacción contra los
sindicatos amarillos griegos y, para afiliarse al PAME, un grupo de trabajadores
debe desafiliarse de la central en la que esté sindicado.
En las
circunstancias autóctonas y actuales, los sindicatos mayoritarios CC OO y UGT
son un cáncer que impide al movimiento obrero desarrollarse. La resurrección del
movimiento obrero sólo podrá venir fuera de (y contra) CC OO y UGT, fomentando
el sindicalismo de clase y, en su caso, un Frente Sindical tejido por los
sindicatos alternativos; pero nunca de unos CUO condenados a ser dominados, una
vez más, por CC OO y UGT y a hacer de nuevo el numerito del “sector crítico”
incapaz de cambiar esos sindicatos desde dentro. ¿Para qué retroceder 20 años
sabiendo que no se obtendrá nada a cambio, pues no se obtuvo ni siquiera cuando
se tenía muchísima más fuerza que ahora?
Además, el nuevo (viejo)
movimiento obrero tendrá que construirse sin la (con razón) odiada figura del
liberado sindical, repartiendo con inteligencia las horas obtenidas de las
elecciones sindicales de modo que ningún trabajador se desvincule de su puesto
de trabajo. A los que digan que esto es imposible, cabría preguntarles
capciosamente si el movimiento sindical, en su momento de máximo auge (los años
30), contaba con liberados sindicales.
Conclusión
Obviamente, de
todo lo anterior se deduce una conclusión fundamental: hace falta otra
izquierda. Una izquierda con más vocación de poder. Pero no de poder individual,
sino colectivo. Y no de poder institucional, sino popular.
Con todo, si
las entendemos de manera aislada, las experiencias de poder popular de las que
hemos hablado (la Corrala Utopía, las fincas de Somonte, La Turquilla o el
Humoso; el cooperativismo, el asistencialismo socialista, el sindicalismo
alternativo) no supondrán por sí solas un avance. De hecho, sabemos que, de un
modo u otro, serán minorizadas, aisladas e incluso derrotadas.
En
cambio, sí supondrán un avance si se incardinan en un proyecto político
coherente, por medio del cual conectar las luchas en el tiempo, señalando sus
verdaderas causas y soluciones estructurales, elevando la conciencia de clase y
acumulando fuerza popular, masa crítica.
Ya hablemos de manifestaciones
o de huelgas; de ocupaciones de viviendas o de tierras; de sindicalismo o de
cooperativismo, el valor de estas experiencias no será proporcional a los logros
inmediatos obtenidos (por desgracia, fácilmente reversibles), sino a su carácter
ejemplarizante a largo plazo, estimulador de las conciencias y aglutinador de
poder (tanto simbólico como material), de cultura obrera, de sentimiento de
pertenencia a una comunidad, a una clase oprimida con sus propios intereses.
Pero esta cultura no podrá ser promovida en manifestaciones con un discurso
político maniatado por el PSOE, por muy numerosas que dichas manifestaciones
sean.
La etapa de reflujo es un hecho, pero podría estar a punto de
terminar. Es importante no olvidar que el Estado jamás permitiría que
experiencias como el cooperativismo se generalizaran y que, en una situación de
doble poder, necesariamente hay un poder que se impone, vence al otro y lo
aniquila. El objetivo último de toda construcción de tejido social debe ser
tomar el poder, socializar los medios de producción y edificar una sociedad
socialista, nueva, mejor, en la que pueda florecer un ser humano nuevo. En ello
estamos.