jueves, 19 de enero de 2012

El nuevo campo de concentración



El nuevo campo de concentración (16/01/2012)

Pascual Serrano/Mundo Obrero
El tiempo y las dificultades van produciendo bajas y supervivientes, fracasados y triunfadores. ¿Cómo se decide quién pertenecerá a cada grupo? Darwin estableció que en la naturaleza sobrevivían los más fuertes. Pero esos fuertes no necesariamente son los más honorables, más generosos y más solidarios. Quizás eso no deba preocuparnos si se trata de gacelas, insectos o granos de trigo, pero sí si la cuestión es sobre personas. Pero entre los seres humanos, debido a nuestro entorno social, el éxito y la supervivencia no depende de las condiciones físicas: un niño senegalés saludable tiene menos esperanza de vida que un niño estadounidense blanco diabético. Por otro lado, los comportamientos, las motivaciones y las prioridades que cada individuo aplique a lo largo de su vida, definirán, en parte, su éxito y su supervivencia. La siguiente pregunta es ¿terminan teniendo más éxito los solidarios, los generosos, en una palabra, las buenas personas o, por el contrario, son los ambiciosos, egoístas, los sin escrúpulos, los que terminan medrando y sobreviviendo en mejores circunstancias? En su obra Los hundidos y los salvados, Primo Levi se angustiaba pensando en quiénes habían sobrevivido a los campos de concentración nazis y quiénes habían perdido la vida. “Los 'salvados' de Auschwitz no eran los mejores, los predestinados al bien, los portadores de un mensaje; cuanto yo había visto y vivido me demostraba precisamente lo contrario. Preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de 'la zona gris', los espías”. Termina diciendo: “Sobrevivían los peores, es decir, los más aptos; los mejores han muerto todos”. Esa era la tragedia que Primo Levi no pudo soportar: que, en aquel entorno social, los “aptos” eran los peores.
¿Y hoy, en el siglo XXI, fuera de un campo de concentración? Vale la pena que pensemos quiénes son los “aptos”. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que 'la naturaleza' recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles. Como si fuera 'la naturaleza' la que decidiera quién morirá en un bombardeo de la OTAN, quién logrará millones de beneficios en la subasta de bonos de deuda pública europea, quién morirá por no disponer de medicinas para una diarrea y quién será desahuciado por no pagar la hipoteca de su vivienda. Dice Eduardo Galeano en Patas arriba. La escuela del mundo al revés que “la aptitud más útil para abrirse paso y sobrevivir, el killing instinct, el instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las empresas grandes hagan la digestión de las empresas chicas y para que los países fuertes devoren a a los países débiles […]. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor cantidad de naturaleza al menos costo”. Por eso la prensa mundial se refería a Steve Jobs como “ejemplar”, “extraordinario”, “inspirador”, “magnífico” o “un hombre que quiso dar amor en su dedicación a satisfacer a las masas”, “pionero”, digno de “admiración”, “respeto” y “agradecimiento”, “fuente de inspiración para los emprendedores españoles”, “un gran creador de puestos de trabajo”, mientras su fortuna de 8.500 millones de dólares, como recuerda Vicenç Navarro, se basó la explotación de otros seres humanos (Público, 15-12-2011).
Mientras tanto, pensemos en el futuro que el capitalismo reserva al solidario, al que dedica su tiempo y talento en mejorar al mundo, a quien reniega de la obsesión por el dinero y el lucro para pensar en los seres humanos y en la justicia. Este es el mundo que el capitalismo nos ha creado: un campo de concentración como el de Primo Levi.