A veces vas y te encuentras un libro que te fascina, que te atrapa desde el primer momento, muchas veces pasan estas cosas con esos libros de los que no tienes ninguna expectativa, no te han contado antes de que van, no salen anunciados como grandes bestsellers, ni todo el mundo habla de ellos pero tras leerlos te preguntas cómo es posible que todo lo anterior no haya sucedido.
El arrorró del cabrero me atrapó desde el principio por la naturalidad a la hora de contar la historia, no me daba la impresión de estar leyendo un libro, en ocasiones, sentía que estaba en la cueva de mi abuelo contándome éste una de las tantas historias que me ha contado desde niña, recordando el olor al vino y a la tierra, con la humedad de la cueva refrescándonos en verano; y no es porque la historia tuviera parecido con ninguna que él me haya contado, sino por los paisajes y costumbres que evoca, por la sencillez del lenguaje y por la descripción de personajes, historias y momentos tan nuestros, tan propios de nuestra historia que siempre tienen un halo de semejanza con algo que te haya pasado a ti, más si has tenido la suerte como yo de vivir a caballo de dos mundos, el de la ciudad con su ritmo ajetreado y lleno de alternativas y el campo con sus barrancos y montañas dándote la oportunidad de nuevas aventuras y experiencias y todo de la mano de un abuelo siempre dispuesto a contar sus aventuras e historias que aunque marcadas con duros episodios de hambre, emigración y penurias siempre tenían un tinte novelesco, aventurero y positivo.
Me sedujeron también esas perlas que a lo largo del libro va dejando, perlas de sabiduría y reflexión sobre aspectos profundos de la vida salidos de la boca de la gente humilde, sencilla y trabajadora que muchas veces es la que más cargada de sabiduría está, tal como la vida misma, y no pude otra cosa que hacer pequeñas paradas mientras saboreaba este interesante libro para anotar y meditar sobre estas perlas que me estaban regalando si haberlas pedido.
Ahí van algunas de esas perlas:
“ Si cierras los ojos del cuerpo y abres los de tu memoria ancestral acabarás sintiéndote guanche de verás”, me encantó esta idea poética de poder conectar por alguna razón casi mágica con una historia que desde niña me pareció tan mía, y si es verdad que existe esa memoria y utilizándola quizás puedas llegar a sentirlo.
“Esto sí que es difícil, muchacho, aprender a desaprender las tonterías que te maniatan el espíritu” ¡cuánta razón en una frase tan corta pero tan cierta! Nos pasamos la vida aprendiendo cosas que sólo nos encorsetan, para formar parte de una sociedad que no quiere ni por asomo la libertad del espíritu, entendido éste como pensamiento, y ¿cómo desaprendemos lo aprendido? Esta es una tarea muy difícil, pero lo que más es cómo darse cuenta de que es necesario desaprender, si lo normal es seguir acumulando aprendizajes que coartan la libertad, darse cuenta es todo un lujo, y el autor aquí te regala todo un tesoro para el pensamiento con la misma sencillez con la que te va haciendo el resto de regalos.
“Pues la energía de vivir gozoso y natural es totalmente incompatible con la nostalgia de falsas felicidades pasadas y con el angustioso miedo al destino implacable e ineludible. La sabiduría verdadera consiste simplemente en aprovechar con bondad la existencia tan efímera y sin embargo fascinante”.
“Ahí aprendí definitivo, muchacho, que la mente del ser humano es incontrolable por lo frágil e indefensa. Y que la soberbia humana es precisamente la muestra más palpable de esa fragilidad”
Muchos más tesoros para cultivar el pensamiento va dejando Víctor Ramírez en su libro el Arrorró del Cabrero, contando la historia de múltiples personajes a los que va describiendo de una manera profunda hasta que te hace parecer que los conoces en persona, de tal manera que terminas el libro no con la sensación de que hayas concluido su lectura sino de que has vivido su aventura.
Artículo escrito por Iris de Paz