jueves, 24 de febrero de 2011

Guillermo Ascanio, LA RAZÓN COMUNISTA

Nota a la edición de este trabajo, publicada en el libro:
 MÉNDEZ ASCANIO, Eladio (ed.). 2007. Guillermo Ascanio. Comandante del Batallón Canarias. Tenerife: Gobierno de Canarias - CCPC, págs. 27-28.

 Apenas tejida en una memoria proscrita, la historia de dignidad y convicciones enteras que movilizaron los comunistas isleños durante el quinquenio republicano, tan lúcida y sincera como frágil e inexperta, pudiera parecer que hoy carece de sentido más allá de la liturgia y el fetichismo militantes. Tampoco en su tiempo prendió de forma extensiva en el seno de la clase trabajadora. Pocas veces la razón que cuestiona el presente escapa indemne de la férrea determinación de la injusticia y la voraz ambición de la impostura. Pero aquellas vidas que eligieron la humanidad a la barbarie, que miraron de frente el despliegue más siniestro de la alienación y opusieron democracia a los privilegios, aquellas vidas que buscaron «horizontes nuevos» todavía fecundan el silencio de siglos donde habitan las causas del pueblo.
     Al margen de las categorías analíticas, hablar de movimiento obrero supone referirse a un estado poco frecuente en la clase trabajadora canaria. Sin consistencia ni continuidad orgánica y programática, rara vez generó redes de solidaridad y acción política colectivas que le permitieran constituir una consciencia teórica independiente o, tan siquiera, matizar su condición subalterna en la estructura y a través de las dinámicas sociohistóricas. Hasta ahora, sus respuestas sólo han emergido de manera episódica y siempre inicial, absortas en los avatares de la coyuntura. «En Canarias uno y otro día se ha venido repitiendo el mismo estribillo; a cada paso nos dicen que en este Archipiélago no alienta el benéfico espíritu de asociación, que es este un pueblo sin ideales, sin aspiraciones, ¡muerto!; y esto ni es cierto ni puede serlo», así se revelaba hace ya cien años el tipógrafo José Cabrera Díaz, presidente de la Asociación Obrera de Canarias. Ni las sociedades de ayuda mutua ni los primeros gremios tuvieron entonces, a pesar de introducir un componente clasista en el obrerismo isleño, mayor implantación entre los trabajadores que los modernos sindicatos en la actualidad, en su mayoría ajenos a los intereses populares y volcados en la salvaguarda del sistema que ha propiciado su funcionarización. Sin embargo, no se trata de una característica exclusiva del comportamiento o la concepción de las organizaciones sindicales y partidos políticos. El problema posee una dimensión más honda y tiene que ver con la desarticulación que domina la vida de una sociedad dependiente y extravertida, donde la sobreexplotación de las fuerzas productivas, incluida el trabajo, y el control caciquil de las relaciones sociales han conjugado una sistemática presión enajenadora sobre el pueblo trabajador.
     Después de la conquista europea del Archipiélago, el poder colonial estableció un control absoluto sobre cuantos medios, materiales y humanos, podían ser empleados en el desarrollo del país. Todos los recursos expropiados a la población en la nueva sociedad, administrados bajo un feudalismo tardío o un caciquismo precursor, quedaron al arbitrio y el servicio de intereses sectarios, signados por una ineludible orientación exterior. Las periódicas crisis que sacudían esta formulación exportadora del desenvolvimiento económico, con su trágica secuela de miseria y emigración, profundizó las bases de la desintegración social, aunque sin romper aún con cierta cultura productiva. Sólo la implicación del capitalismo extranjero en la habilitación de infraestructuras y su penetración en las relaciones de producción agrarias, estrategia desencadenada a partir del último tercio del siglo XIX, concluyó una amputación histórica. Con la mercantilización de la fuerza de trabajo, que ahora se añadía a las tradicionales condiciones de servidumbre, el pueblo trabajador de Canarias perdía la capacidad potencial de intervenir de modo directo sobre la definición y gestión de las mejores estrategias para el progreso de su país. Un proceso que la masiva terciarización desplegada por el capital desde mediados del siglo XX, con un implacable desmantelamiento de las actividades agrarias y una metódica degradación ambiental, ha conducido hasta su momento más crítico en el presente.
     Con la hegemonía de esta expansión predatoria del capitalismo especulativo, el poder pretende consumar esa doble expropiación que hoy se extiende por vastas regiones del planeta: sobre el control popular de los recursos y sobre su facultad para generar consciencia productiva. Porque la vigente persecución de la subjetividad crítica, de la racionalidad humanizadora, hace tiempo que no reconoce fronteras territoriales.
     Guillermo Ascanio Moreno, un joven comunista gomero que tuvo el coraje de vivir sus ideales, comprendió como muy pocas otras personas más en su tiempo la naturaleza y el alcance de estos males. Su aportación analítica, organizativa y combatiente ilumina un significativo trayecto de resistencias y rupturas transformadoras, muy poco conocido en la actualidad, que constituye uno de los eslabones más notorios y fecundos que nutren la identidad obrera y popular en las Islas. Un pensamiento emancipador y un compromiso radicalmente democrático que, en las páginas siguientes, se intenta situar a través de los acontecimientos y las claves sociales involucradas en aquel momento histórico que la figura de Ascanio representa con tanta intensidad.
 Ignacio Reyes García
Abril de 2007